Solucionismo tecnológico vs transformación cultural en redacciones
A menudo no se interpreta bien qué implica una transformación digital. O mejor dicho, se abusa del término hasta vaciarlo de su sentido esencial y reducirlo a cambios superficiales. Porque digitalizar una redacción es una labor clave, pero forma parte de otra aún mayor y más importante: transformar su cultura. Y en eso la tecnología es un medio, no un fin.
Uno de los cargos más importantes y menos agradecidos en los medios tradicionales es el de responsable de Transformación Digital. En función del lugar, tiene una denominación diferente y sus competencias pueden abarcar más o menos, pero su objetivo básico se puede resumir de la misma forma: sustituir las piezas de un coche en marcha sin que este se salga de la carretera o pierda velocidad hasta quedarse parado, de forma que en algún momento sea más eficiente y más rápido para competir con otros coches que en parte están en el mismo proceso. Eso de por sí coloca a la persona que desempeñe este cargo frente a la energía más poderosa del universo: la resistencia al cambio.
El problema es que a menudo no se interpreta bien qué implica una transformación digital. O mejor dicho, se abusa del término hasta vaciarlo de su sentido esencial y reducirlo a cambios superficiales. Porque digitalizar una redacción es una labor clave, pero forma parte de otra aún mayor y más importante: transformar su cultura. Y en eso la tecnología es un medio, no un fin. Y ni siquiera es el medio más importante, aunque sí un catalizador efectivo en momentos de transición.
Cuando hablamos de cultura en una empresa nos referimos al conjunto de valores y prácticas internos que la distinguen, y que determinan cómo los individuos que forman parte de ella se relacionan entre sí y afrontan el trabajo que se les encomienda. En el caso de un medio, explica cómo sus periodistas se comportan en el día a día y define su manera de trabajar. Aquí el papel de la tecnología es importante pero no crucial, ya que por ejemplo tener un gestor de contenidos u otro afecta a la productividad, pero no a la forma en la que se afronta la producción. No te hará mejor profesional, en todo caso te hará ser uno más rápido.
De ahí que el concepto de transformación digital en realidad se quede corto respecto a lo que a menudo tenemos en la cabeza como el fin último de un proceso de readaptación en una redacción. No se trata de que la gente se valga de más herramientas o tenga más datos a mano, sino de que entienda cómo todo eso puede ayudarle a hacer mejor su trabajo y eso incida efectivamente en que el producto que al final consume el lector sea más satisfactorio para él. La tecnología soluciona algunos problemas, pero no puede resolver cuestiones que dependen de la calidad de los redactores que tengas o de las dinámicas internas que se hayan establecido históricamente.
Las pantallas de datos, un nuevo gestor de contenidos o herramientas de rastreo de información aportan posibilidades nuevas que solo pueden ser aprovechadas plenamente por periodistas que estén convencidos de que pueden y deben evolucionar de acuerdo a circunstancias cambiantes, y tengan incentivos claros para utilizarlas en un marco de desarrollo profesional. Aunque es cierto que un cambio tecnológico supone un buen escenario para ayudar a mover la cultura de una empresa, nunca producirá efectos profundos que no vengan promovidos por otros estamentos, como la propia dirección editorial o Recursos Humanos.
Cambiar la cultura de una redacción se basa en muchos aspectos correlacionados entre sí: promover la colaboración transversal, crear equipos más ágiles y flexibles, incentivar la creatividad y el pensamiento lateral, reforzar el criterio informativo más allá de la tentación de volumen, introducir transparencia sobre las cuentas y los objetivos de la empresa, etc. La tecnología es una palanca para algunas de estas cuestiones, pero a veces puede incidir negativamente sobre personas que aún no han comprendido por qué deben evolucionar ni qué se espera de ellos. Porque eso forma parte de una fase previa que no se ha llevado a cabo.
Lo ideal es que los cambios sean paulatinos pero constantes, y que cale la idea de que la evolución no es solo permanente, sino que resulta constante e imparable. Los pequeños pasos frecuentes son más importantes que los grandes saltos momentáneos, porque en estos últimos siempre hay gente que se queda al otro lado de la brecha. Y eso supone un coste social y económico que la tecnología tampoco podrá ayudar a superar, además de un desperdicio de experiencia y talento.
La idea de la innovación básicamente resume dos aspectos diferentes: hacer algo que no has hecho antes o hacerlo como no lo hayas hecho antes. La cuestión es conseguir que esa sea una idea que inspire más interés que miedo, con argumentos que apelen directamente al orgullo profesional de los miembros de la redacción. La tecnología no es buena per se, lo es solo si ayuda a que un periodista sea mañana mejor, y la suma de esas evoluciones personales constituya un medio más apreciado por sus lectores y más armado para pedirles dinero por ese trabajo. La consecuencia de todo eso es tener una mejor empresa que blinde las capacidades de esos redactores para hacer su trabajo.
Por eso, antes de intentar colar herramientas tecnológicas o nuevos procesos en una redacción hay que pensar si quienes forman parte de ella están preparados para entender el contexto que hace recomendable u obligatorio el cambio. O preguntarse si ellos saben cómo la empresa obtiene sus ingresos, cuáles son sus objetivos actuales de negocio y si saben cómo pueden contribuir a ellos. Si alguna de las respuestas a esas preguntas (y a otras semejantes) es ‘no’, la tecnología no resolverá el problema.