Periodistas sin título para una crisis sin precedentes
Limitar el acceso a las redacciones únicamente a periodistas homologados reduciría el desempleo entre quienes han estudiado la especialidad y mejoraría las condiciones económicas entre los que la ejercen, lo que no está claro es qué supondría eso para la calidad de los contenidos que se realizan sobre temas complejos en los que conocimientos previos aportan un valor añadido al lector, oyente o televidente.
El año pasado la Federación de Asociaciones de Periodistas (FAPE) decidió restringir la admisión de nuevos socios a titulados en ramas variadas de la comunicación. La medida supuso la posterior salida de este colectivo de la Asociación Española de la Comunicación Científica (AECC), que cuenta entre sus casi 450 miembros con profesionales de distintos campos de la ciencia que dieron el salto a la divulgación en medios. A algunos de ellos hemos podido verles, leerles y escucharles a lo largo de lo peor de la pandemia. En un mundo de títulos exigibles que cerrarán el paso a las redacciones a personas que no los tengan, probablemente no hubiéramos dispuesto de parte de esos conocimientos ni de esa experiencia y simplemente hubiéramos ofrecido información peor a la sociedad en un momento en el que era crucial.
Este episodio demuestra hasta qué punto el debate sobre cuánto habilita o no un ciclo formativo superior sobre periodismo o comunicación puede ser complejo. Y sobre todo da a entender que esa conversación a menudo tiene más que ver con los intereses propios de la profesión que con el servicio a la sociedad. En la última edición del Informe de la Profesión Periodística editado por la Asociación de la Prensa de Madrid, Luis Palacios calculaba que España rebasaría el listón de los 100.000 titulados en periodismo desde la primera promoción de 1975, una cifra que casa mal con los casi 6.700 demandantes de ese empleo en primer lugar que el SEPE registraba al cierre de 2019. Lo previsible es que ese dato empeore durante este año en el contexto de eventuales despidos por la debacle de ingresos publicitarios en el sector.
Quienes defienden el título como barrera ante profesionales de otras áreas lo hacen precisamente porque consideran que serviría para mejorar esas cifras. Bajo esa perspectiva, limitar el acceso a las redacciones únicamente a periodistas homologados reduciría el desempleo entre quienes han estudiado la especialidad y mejoraría las condiciones económicas entre los que la ejercen, para los que la precariedad es uno de los problemas más importantes. Lo que no está claro es qué supondría eso para la calidad de los contenidos que se realizan sobre temas complejos en los que conocimientos o experiencias previos aportan un valor añadido al lector, oyente o televidente.
Para ilustrar esa situación es útil echar mano de Armageddon, una película de 1998 en la que los protagonistas deben colocar una bomba atómica en un asteroide para evitar que destruya la Tierra. Ben Affleck, una de las caras más conocidas del reparto, comentaba en la edición en DVD que había preguntado a Michael Bay sobre por qué era más fácil que los perforadores aprendieran a ser astronautas en lugar de capacitar a estos últimos para hacer el socavón correspondiente. La respuesta del director fue “cállate la boca”, entre otras cosas porque la base del argumento era esa. Ocho meses para aprender a hacer un agujero y una semana para aprender a ser astronauta, según apuntó Affleck con sorna.
Siguiendo este hilo, la pregunta sería si resulta más fácil habilitar a un periodista para informar de cuestiones complejas o dotar a un profesional de un ámbito técnico de capacidades comunicativas para divulgar en base a esos conocimientos o experiencias. En ese debate y en su impacto a la hora de explicar lo que sucede está la clave del asunto, especialmente porque no se trata de una regla fija que aplique a todos o que suponga una correlación estable entre los que están dentro y los que no consiguen entrar en la industria.
No está claro que un periodista que hoy esté en paro tendría mayores opciones de estar trabajando si el título fuera obligatorio para ello, influyen otros factores como la ubicación, la oportunidad o el capital relacional. Pero lo que sí parece claro es que la producción de profesionales en las universidades españolas no garantiza el suministro de perfiles que hoy se demandan en las redacciones y que se van moldeando por el camino en el mejor de los casos. Mientras, las promociones se basan a menudo en recién graduados muy similares entre sí en capacidades o perspectivas laborales, a veces amortizadas por las dinámicas del mercado de trabajo al que aún no se han enfrentado.
Ese desajuste entre lo que el sector demanda o es capaz de absorber y lo que la universidad produce en cantidad y en calidad explica la frustración de quienes nunca acaban de entrar en la rueda de la empleabilidad y encadenan proyectos precarios y poco ilusionantes, que además someten a la industria a una presión a la baja en condiciones laborales. El uso del título como cerca ante otros supondría en ese contexto una redistribución de lo que en parte el sector no necesita a cambio de renunciar a profesionales que sí pueden sumar cualidades diferentes que marquen la diferencia, algo crucial en un momento en el que los medios aspiran a obtener ingresos de sus lectores.
Por eso el debate tiene menos que ver con el intrusismo percibido y más con la realidad de que habría que formar a menos periodistas, pero de mejor forma. Lo que a su vez entra en conflicto con la supervivencia de facultades, departamentos y profesores que viven en parte de lanzar profesionales para los que no hay cabida. La industria de crear periodistas puede ser más rentable que la de hacer periodismo en algunos casos, lo que en sí mismo es un incentivo perverso que introduce resistencias frente a un eventual intento de reajustar la situación.
Mientras, deberíamos entender que no existe una dinámica automática de sustitución de profesionales, que cada uno es cada cual y aporta un valor determinado según distintas circunstancias. Y en las que nos ha tocado vivir es importante estar agradecido a los que saltaron la valla para explicarnos que la ciencia es un trabajo continuo en el que el siguiente descubrimiento puede desdecir al anterior y las certezas son difíciles de asentar. Y eso la acerca mucho al periodismo.