Periodismo: la vacuna contra el coronavirus de eficacia probada
El reto global por encontrar una vacuna cuenta con un aliado: el lenguaje. Lenguaje o barbarie, porque sin palabras no hay ‘forma humana’ de comunicar a la mitad de la población viva que, como nunca antes, ha de aislarse en casa sin una fecha de salida.
El reto global por encontrar una vacuna cuenta con un aliado: el lenguaje. La compleja tecnología de la comunicación verbal, asumida por los siglos de los siglos, es la base científica para combatir el SARS-CoV-2. Lenguaje o barbarie, porque sin palabras no hay ‘forma humana’ de comunicar a la mitad de la población viva que, como nunca antes, ha de aislarse en casa sin una fecha de salida. Incluso, comunicárselo a quien ni siquiera tiene una casa donde confinarse y a quien ha de extender una solución improvisada a este hecho, sin recursos y de urgencia.
La novedad del siglo es que la principal correa de distribución de los mensajes no está en manos de los medios. Ya no, porque ahora cada individuo es capaz lanzar “contenido” al mundo. Y, por desgracia, no es solo una capacidad disponible: un gran margen de la población percibe y asume los mensajes de una manera indistinta si están o no firmados y si están o no precedidos de una cabecera editorial. La mayor evidencia de la pérdida de control en esa validación colectiva es la herramienta que Facebook (o sea, WhatsApp) ha lanzado durante la crisis del coronavirus: sea una noticia falsa, un meme o un análisis de The New York Times, un mensaje reenviado masivamente tiene limitado el número de reemisiones.
Los medios han perdido el control sobre ‘el mensaje’. En el mejor de los casos, comparten esa capacidad con nuevos operadores. Y, de nuevo, otro problema: los nuevos actores de juego, libres de hipotecas ideológicas y compromisos del pasado, son capaces de evidenciar su valor añadido con facilidad. ¿Cómo? Periodismo. Estructuras menores, cerrojazo a la publicación de basura online para vender publicidad al bulto y confianza en sistemas de suscripción (que por sí solos y en España serán del todo insuficientes). Mientras, los grandes medios del siglo XX acusan haber sustituido su valor por la compra de cacerolas y pañuelos, haber hecho crecer el tráfico de sus digitales a base de contenido emocional, sexista y hasta falso (al imaginar que eso no afectaría al prestigio de su marca) y despidiendo a sus mejores periodistas para sustituirlos por becarios sin relevo y a su suerte.
Con todo y con ello, desde la crisis del coronavirus, el problema puede ser la solución. La suma infinita de emisores genera un ruido global insoportable. La suma de mensajes a través de grupos de WhatsApp, de titulares apilados en el pensamiento durante pocos minutos y de soluciones a una pandemia global con la extensión de un tuit son, para los medios, una gran oportunidad. La ciudadanía global asiste a una tormenta de información que exige (demanda) su calma. Ante el caos en la recepción de mensajes, la multiplicidad de canales a través de los cuáles se recibe y la necesidad de trillar el grano de la paja informativa, el periodismo vuelve a disponer de una oportunidad para hacerse valer. El cómo no es sencillo, pero el por qué nunca ha sido más evidente.
Las palabras –sea cual sea el canal escogido y sus códigos particulares– son hoy una materia esencial para la supervivencia. Desde la comunicación entre sanitarios y con familiares, desde las salas de prensa (ahora online) de cualquier ayuntamiento, desde el Boletín Oficial del Estado a los comunicados de colegios profesionales y asociaciones. Las palabras son la primera piedra para la “reconstrucción” de la “normalidad”. Sin embargo, esa primera piedra no es una ‘piedra de toque’, pura y capaz de sobrevivir a la afección de los ácidos. Las palabras también sirven para reducir este contagio a una gripe más y hasta la idea de sugerir la inyección de desinfectante. Los medios tienen una responsabilidad y, de paso, una oportunidad de negocio en la capacidad de ‘represtigiarse’.
La vacuna efectiva y disponible contra el coronavirus puede tardar meses, años o no aparecer nunca. Para superar estos plazos, para la convivencia que se avecina con graves y extendidos problemas en los distintos sistemas sanitarios, en las relaciones sociales y de seguridad, y por supuesto en la viabilidad económica de las sociedades tal y como las conocíamos, es necesario el periodismo. Su valor es intrínseco a las libertades más básicas, pero su músculo para volver a resituarse tiene demasiados agentes en contra (incluidos los medios que han encontrado una base de subsistencia promocionando el caos, destruyendo para los demás la posibilidad de una prensa creíble, fuerte y, por tanto, libre).
La humanidad, lo que somos, se despierta a la sombra de un gran interrogante. ¿Qué será de nosotros? ¿Cómo saldremos adelante y de qué forma? Como la tecnología avanzada que es, el lenguaje también posee axiomas para resolver problemas complejos con fórmulas sencillas. Por eso, como dice el axioma clásico, ante la duda, incluso ante las dudas más inquietantes del último siglo, periodismo.